sábado, 16 de marzo de 2013

15. Aterrizando con estilo





Una vez que emprendes el vuelo y te dejas llevar por la magia del aire contra tu rostro, es muy fácil que se te olvide que algún día tienes que volver a poner los pies en la tierra.

Y más vale que uno planee donde quiere aterrizar, donde hará esa pausa que es indispensable para seguir adelante, para descansar, para replantearnos la ruta de vuelo, para recuperar energías, para sanar las heridas..

Pero si bien sabré yo que en los primeros vuelos uno nunca piensa en donde va a aterrizar, y se avienta contra el viento pensando que la fuerza nos durará para siempre, que nunca nos cansaremos, que podremos llegar a nuestra meta sin contratiempos y de un solo intento.

Ya con el tiempo uno va aprendiendo eso del aterrizaje, y empieza uno a entender que hacer una pausa no es perder el tiempo.

Yo apenas puedo volar algunos metros, por lo que donde caer siempre es importante, sobre todo siendo orgulloso miembro de la parte más baja de la cadena alimenticia..

Tengo una amiga muy cercana, más cercana que una hermana,  porque lo que nos une no son lazos de sangre sino de espíritu, un espíritu volador, y ella me ha enseñado mucho sobre esto de volar y aterrizar.

De ella aprendí que puedes ir mas allá de tus fuerzas, que puedes entregar más allá de lo que creíste poder dar en tu vida, pero que si no te das tu tiempo para aterrizar, el agotamiento puede acabar contigo.

Ella es una mariposa de alas azules, maestra en el arte de ayudar a los otros en aprender a aterrizar, en poner los pies en la tierra.  Con menjurjes de flores y palabras de muchos colores, pero sobre todo con mucho cariño, es maestra de vuelo, muchas veces me ayudó a sanar mis alas, y es la importancia de tener un guía, una luz, un faro que te ayude a encontrar tu camino.

Por eso cuando empieces tu próximo vuelo, piensa donde y cuando te conviene aterrizar..